Ronco
Ronco. Me acabo de enterar de que, por las noches, cual señor entrado en años… ronco.
Siendo muy pequeña descubrí los ronquidos de mi abuelo cuando me quedé a pasar la noche en su casa.
–¿Qué le pasa? ¿Por qué se oye así?
–Está roncando –respondió la abuela–. Vuélvete a dormir.
Como si fuera tan sencillo después de semejante impresión. ¿Cómo es posible que el cuerpo humano produzca ruidos tan graves y aterradores inconscientemente?
–Vente a la cama, ya no voy a roncar. –Escucho a mi esposo decirme con una voz dulce y cargada de remordimiento cuando me descubre acostada en una camita provisional en el clóset. Como si roncar fuera una acción voluntaria que pudiera controlar.
Como aquella Navidad de mi infancia. Veinte tíos y primos, todos en la misma casa por varios días. Mi familia tuvo que compartir la misma recámara con la familia de mi tía. Por la noche, cuando las miradas se oscurecen y las sonrisas pierden su curvatura, mi tía, esa mujer dulce y apacible que tanto quiero, se transformó en un monstruo.
–No puedo dormir. –Mis hermanas y yo sollozábamos en plena madrugada mientras la sinfonía tétrica nos mantenía despiertas. Mi mamá la despertaba; mi tía se disculpaba y cambiaba de posición, pero diez minutos más tarde, el motor volvía a encenderse.
Ninguna cantidad de vergüenza ni buena voluntad fue suficiente para que mi tía pudiera controlar la locomotora de su cuerpo.
–Estuviste roncando mucho anoche.
–Tú también –me responde mi esposo cuando me quejo de no haber dormido bien.
No lo creería si no fuera por la irritación que siento en la garganta y por el video que me muestra en su teléfono.
–¿Esa soy yo? ¿Ese resoplido de dragón salió de mí?
No me reconozco.
No sé quién es esa bestia ronroneante que se apodera de mí cada noche sin mi consentimiento.
Vergüenza y confusión.
¿Cómo pudo suceder? ¿Cómo puede mi cuerpo producir algo de lo que no soy consciente?
Investigo y descubro que con la edad, los músculos de la garganta tienden a debilitarse, por lo que el flujo de aire tiene que pasar a través de un espacio más reducido. Este flujo turbulento hace que los tejidos de la garganta y el paladar vibren.
Ronco.
Aunque no lo desee ni sea consciente, ronco.
Mi cuerpo ha cambiado. Está cambiando. Cambiará aún más.
Mi cuerpo no es el mismo que hace veinte años, que hace diez. Y yo no soy quien solía ser.
No soy quien solía ser.
Mi forma de ver la vida ha cambiado. Mi mente está madurando. Cambiaré aún más.
Escribo y no reconozco mi voz en lo que escribo. ¿Quién soy? ¿Por qué escribo? ¿Para quién escribo? ¿Quién es la criatura que produce estos textos estridentes?
Quiero saber quién está detrás de esta voz ronca, irritada, grave, olvidada… necesito reconocerme otra vez, sentirme en calma con el sonido de mi propia voz. Saber que soy yo y que estoy en casa. Que estos son los ronquidos de la edad, del dolor de perder fuerza en mis dogmas personales, de relajar mis expectativas, de extender la experiencia.
Mi voz ya no es suave, infantil. Mi voz es profunda, cautelosa; una voz que solo habla cuando en realidad tiene algo que decir.
¿Qué quieres decir? Por mucho tiempo no has sabido qué quieres decir. Has vivido atragantada con ese bloqueo en la garganta que solo produce ronquidos aterradores.
¿Lo sabes ahora? ¿Quieres saberlo?