Mi comida favorita

«Mi comida favorita», escribe la maestra en el pizarrón.
Marisol nunca ha pensado en su comida favorita. «¿Todos deben tener una? ¿Yo también la tengo? ¿Cuál será?»

–Para el próximo lunes deben escribir un párrafo explicando cuál es su comida favorita y por qué –dice la maestra antes de terminar su clase y dejar salir a los niños al recreo.
Marisol sale del salón muy pensativa. Le gusta mucho comer, pero no sabe cuál es su favorita ni por qué. Tiene todo el fin de semana para pensar, pero ya comienza a asomarse esa punzadita de incomodidad que siente cada vez que no sabe o no entiende algo.

Se sienta en una de las bancas del patio y observa a sus compañeros jugar fútbol. Hace mucho calor. El juego termina y los niños, asoleados y sedientos, se amontonan alrededor de una hielera llena de naranjas partidas por la mitad. Pronto, todos tienen una o dos mitades de naranja que mordisquean y chupan con desesperación. Aunque a Marisol no le gustan las naranjas, observa las caras llenas de placer de sus compañeros y se imagina el sabor dulce y fresco que deberán estar saboreando después de tanto correr y patear debajo del sol. Su amigo Marito se acerca.

–¿Ya sabes qué vas a escribir en tu tarea del lunes? –pregunta Marisol–, ¿cuál es tu comida favorita?

–No sé, pero esta naranja es lo más refrescante que hay después de jugar fútbol. ¿Quieres una? –El niño le ofrece una de sus mitades. Marisol no está segura de aceptarla, pero piensa que, si a todos los niños les encantan, a ella también deberían gustarle y se atreve a tomarla, pero pronto se arrepiente. La cáscara brillosa y llena de agujeritos le recuerda a la piel de la cara de la maestra. Toca tímidamente la superficie con la lengua y la acidez la obliga a retirarla.

–Pero muérdela, ¡así no sabe a nada! –exhorta Marito, un poco enfadado de ver la indecisión de la niña.
Marisol, entonces, se atreve a encajar los dientes de arriba en esa pulpa blanda con bultitos carnosos llenos de líquido agrio que le explotan en la boca… inmediatamente la retira.

–No te gustó, ¿verdad? Dámela, yo me la como –le dice Marito al notar el desagrado en su expresión. Al entregarle la fruta, Marisol observa la cara del niño, sudada y roja por el sol; el jugo anaranjado mezclado con mugre que le chorrea por los brazos, y siente ganas de vomitar.

–No sé qué voy a escribir en mi tarea –dice Marisol con voz quejumbrosa–; no sé cuál es mi comida favorita.

Marisol llega a casa. Es la hora de comer.
–Para el lunes tengo que escribir cuál es mi comida favorita y por qué –anuncia Marisol a su familia.

–¡Pues hoy vamos a comer la comida favorita de papá! –dice mamá con entusiasmo al tiempo que coloca en el centro de la mesa un refractario con ceviche de pescado. Marisol come, pero preferiría comer algo distinto. No entiende qué tienen de rico esos pedacitos blancos, suaves y viscosos de sabor tan ácido y cebolloso, mezclados con cuadritos de jitomate y aguacate. Papá, en cambio, cierra los ojos y se chupa los dedos. Mamá lo escucha hacer ruiditos y le pregunta sonriendo:

–Quedó rico, ¿verdad? –Y papá le avienta un beso.

–No sé qué voy a escribir en mi tarea –se queja Marisol–. Todos tienen una comida favorita pero yo…

–¡Y ahora el postre! –interrumpe mamá poniendo en el centro un enorme pastel de vainilla relleno de mermelada de fresa y cubierto con betún de chocolate; vuelve a la cocina y pone a funcionar la cafetera.

Mamá da un bocado a su pastel y luego da un trago a su café.
–¡Mmmm! Esto podría ser el platillo favorito de cualquiera –exclama.

Por las expresiones de mamá, y el olor tan exquisito que inunda la casa, a Marisol le parece que el café debe de ser la bebida más deliciosa del mundo.

–¿Me dejas probarlo?

Mamá sonríe sorprendida y le ofrece su taza.
–Con cuidado, está caliente.

Marisol da un sorbo y no entiende por qué algo que huele tan rico sabe tan horrible. Caliente y amargo. Parece un té de lápiz. «¿Por qué a mamá le gusta tanto? ¿Por qué a mí no me gusta lo mismo que a los demás? ¿Podré encontrar mi comida favorita antes del lunes?».

Esa tarde, cuando Marisol y sus hermanas están viendo televisión, se les antoja comer algo. Esmeralda, la mediana, va a la cocina y se prepara un plato de papitas fritas con mucho limón. Marisol observa cómo la mano de Esmery toma una papa, se la lleva a la boca bien abierta y mastica. El deleitoso croncheo de su hermana la hace salivar.

–¿Me das una?
A Marisol le gustan mucho las papitas, pero con tanto limón las cejas se le arrugan y le duelen las mandíbulas. Después de un momento, las papas de Esmery dejan de estar crujientes y aquel plato termina siendo una sopa ácida de papas aguadas. «¡Guiu! ¿Cómo puede comer eso sin que le duela la boca?».

Pimienta, la más chica, se sirve yogurt en un plato y le agrega varias cucharadas de cajeta. A Marisol le parece una idea genial y ella también se sirve un plato. La combinación de sabores le encanta, pero después de un rato le parece demasiado empalagoso y lo deja. Pimienta sigue concentrada en su plato comiendo feliz hasta que se lo acaba. «¿Por qué Pimienta puede comer cosas tan dulces sin cansarse?».

Marisol recuerda su tarea del lunes y vuelve a sentir un dolorcito en el estómago. «¿De qué voy a escribir? ¿Cuál es mi comida favorita?».

Al día siguiente, la familia de Marisol va a comer con los abuelos. Cuando se abre la puerta, le llega un olor delicioso a ajo y especias. Las palabras de la abuela, junto con sus abrazos y besos toscos caen como una lluvia sobre las niñas. Está muy contenta de verlas. Marisol camina a la cocina y encuentra a su tío Pablo frente a la estufa.

–Ya casi está lista. Solo falta el toque final –dice el tío con tono solemne al momento que espolvorea un polvo frotando las dos manos extendidas como si estuviera presidiendo una ceremonia. Mete un tenedor a la cazuela, se sirve una cantidad generosa en un platito y lo prueba en silencio.

–¿Qué cocinaste, tío? –pregunta Marisol.

–Pasta carbonara, niña. Mucha gente dice que Dios no existe, pero yo pienso que sí; es solo que opera silenciosamente, dándonos propósito y placer a través de los cinco sentidos. El gusto es mi favorito, gracias a este humilde platillo que tengo aquí.
Marisol sonríe sin estar segura de entender lo que dijo el tío y extiende su plato para que le sirva. La familia se sienta a la mesa. Todos felicitan al tío Pablo por la deliciosa pasta. A Marisol también le gusta, pero no siente que sea algo tan especial ni relacionado con Dios. De hecho, después de un rato, el sabor fuerte y la textura cremosa terminan por cansarle.

–¿Quieres una rebanada de cebolla con mostaza? –le pregunta el abuelo, que está sentado junto a ella. Marisol observa las manos grandes y fuertes de su abuelo cortar una cebolla en rebanadas gruesas. El abuelo toma una rebanada, la unta con bastante mostaza y le da una mordida.

–¡Fuerte y sabroso! –exclama con una carcajada–. ¡Ándale, dale una mordida tú también!
El abuelo, juguetón y cariñoso, le ofrece su manjar a la niña. Marisol intuye que eso debe de saber muy mal, pero ver al abuelo disfrutarlo como si fueran gomitas de tamarindo le anima a intentar. Quiere sentir el mismo placer que está sintiendo él. Al darle un bocado, Marisol siente que se transforma en un dragón que debe escupir una llama de fuego. Sin estar triste le escurren lágrimas y la garganta le pica. Comienza a toser estrepitosamente hasta que escupe todo el bocado.

–¡Me mentiste! ¡Eso no es sabroso! –grita Marisol entre lágrimas y mocos y se levanta al baño.

–¿Marisol? –Mamá entra al baño–. Sé que te sentiste engañada por el abuelo, pero no fue una mentira, a él siempre le han gustado los sabores fuertes. ¿Por qué no vienes a comer postre?

–No. Ya no quiero comer nada nunca jamás.
Mamá sabe que necesita tiempo para pensar y la deja.

Por el resto de la tarde, Marisol ya no come nada y tampoco dice nada. Lo único que llena su mente y su estómago es que solo falta un día para entregar su tarea y ella sigue sin saber qué escribir. «¿Por qué no puedo disfrutar lo mismo que los demás? ¿Cuál será mi comida favorita? Tendré que decir la verdad y escribir que no tengo ninguna».

A la mañana siguiente, cuando Marisol todavía está dormida, un olor delicioso viaja desde la cocina hasta su cama. Abre los ojos. Sigue enojada y preocupada por su tarea, pero el olor de las tortillas fritas y el aroma reconfortante del jitomate cocido con ajo y los chiles asados la hacen levantarse de la cama y dirigirse a la cocina. Mamá le sirve su plato y le da un beso. Marisol toma el primer bocado y suspira. El enojo de ayer y la ansiedad por la tarea de mañana desaparecen; ahora no existe nada más que esa marea de sensaciones que le inundan la boca, la nariz y la panza.

Crujiente y húmedo. Suave y cremoso. Salado y dulzón. Siente elevarse al cielo y balancearse entre nubes, estrellas y el sol, que le calienta el corazón. Observa sus chilaquiles adornados con crema y queso adobera, su huevito estrellado y los frijoles refritos por un lado, y comprende algo que siempre había sabido sin darse cuenta.

Mi comida favorita
Por Marisol González

A unos les gusta la naranja o la cebolla con mostaza,
pero si chilaquiles pruebo yo, la tristeza se me pasa.
Domingo en piyama, besito de mamá, y empiezo a flotar.
Unas tortillitas mojaditas en salsita son mi amor.
Mi comida favorita dice quién es Marisol
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